Por Ignacio Serrano
LasMayores.com
Un joven que nunca había lanzado más arriba de Clase A media, oriundo de un pintoresco pueblecito colgado en lo alto en la Cordillera de los Andes, debutó en las Grandes Ligas hace exactamente 20 años, iniciando el camino que cambió la historia del beisbol en Venezuela y puso a vibrar América Latina.
Johan Santana recién acababa de celebrar la mayoría de edad aquel 3 de abril de 2000, tres semanas después de haber soplado las 21 velitas en el pastel. Ron Gardenhire, el manager de los Mellizos de Minnesota, le llamó a la acción para relevar ante los por entonces llamados Mantarrayas de Tampa Bay. Así, con un inning en blanco, comenzó una de las historias más brillantes de la embajada hispana en la MLB.
El gran público tardó algún tiempo en notarlo. Pero el zurdo estaba hecho para labrarse un nombre inolvidable.
Santana todavía es joven. El pasado 13 de marzo, un día después de que se suspendiera el Spring Training debido al avance del COVID-19, compartió un brindis con sus seguidores en Twitter por su cumpleaños número 41. Su rostro y su sonrisa son casi iguales a los de aquel serpentinero que dominó las Mayores en la primera década de este siglo, que ganó dos veces el premio Cy Young y tiró el único juego sin hits ni carreras en los anales de los Mets de Nueva York.
Llegó a la Gran Carpa antes de tiempo. Los gemelos hicieron malabares para adquirirlo, después de cumplir cinco temporadas en las Ligas Menores y no ser protegido en el roster de 40 por los Astros de Houston. Eso les dio la oportunidad de tomarlo, aprovechando el Draft de la Regla 5. Antes del sorteo, pactaron un intercambio con los Marlins de Florida: los peces lo tomarían y se los cederían a cambio del también pitcher Jared Camp. Trato hecho.
Corría diciembre de 1999. Ha sido de los traspasos más desiguales en las Grandes Ligas. Camp nunca llegó a lanzar arriba y se retiró después de 2002. Santana, en cambio, se convirtió en uno de los más célebres jugadores tomados a través de la Regla 5, émulo del puertorriqueño Roberto Clemente y un puñado de privilegiados.
En su país ya le veían la madera. El súper scout Andrés Reiner lo firmó para los Astros y los Navegantes del Magallanes, su única divisa en la pelota invernal. Era jardinero central y bateador de contacto, pero Reiner vio futuro en su brazo y lo subió al montículo. Tenía 19 años de nacido cuando se estrenó en Venezuela. En aquella primera justa tuvo marca de 5-0, con 2.30 de efectividad y casi un ponche por inning. Se midió con los Leones de Caracas en estadios repletos de ruidosos fanáticos. Demostró talento, pero también sangre fría.
Quizás por eso no sorprendió en su tierra que luego se convirtiera en un eficaz abridor en la Gran Carpa. Le tomó tiempo, porque dio el salto sin pasar por Clase A avanzada, Doble A y Triple A. Entre abril y septiembre de 2000 apenas apareció en 30 juegos, casi uno por semana. Gardenhire le usó como comodín, mayormente en situaciones de baja presión. Había que consumir tiempo, antes de poder enviarlo a las Menores en 2001, para su maceración final.
Santana tenía tanta madera, que a partir de 2002 ya sería intocable en el staff de los Mellizos. Entre esa campaña y 2010, en el que sería su tercer torneo con los Mets, acumuló un WAR de 44.0, de acuerdo con Fangraphs. Únicamente Roy Halladay superó esa cifra durante ese lapso, aunque el estadounidense contó con la ventaja de que el nativo de Tovar no sería abridor de principio a fin hasta 2004, cuando ya no hubo modo de sacarle de la rotación.
Tres veces encabezó la Liga Americana en ponches. Dos veces la lideró en efectividad y dominó ese departamento en la Liga Nacional en otra ocasión. Ganó 20 juegos en 2004. Conquistó la Triple Corona en 2006. Se llevó dos veces el Cy Young y debieron ser tres consecutivas, de haber tenido los votantes la valentía en 2005 de apoyar a un monticulista con foja de 16-7 sobre uno que tuvo 21-8, Bartolo Colón, a quien el zurdo aventajó en casi todos los demás renglones, incluyendo una abismal diferencia en WAR (7.1, el mejor en las Grandes Ligas, contra 4.1 de su colega y rival).
El mejor cambio de velocidad que muchos recuerdan, combinado con una recta que normalmente tocaba las 92 millas por hora, hacía casi innecesario el slider, su tercer pitcheo. Con eso hizo historia.
Minnesota lo envió a Nueva York después de 2007, cuando se hizo evidente que no podía pagarle lo que podría ganar como agente libre. En la Gran Manzana firmó el mejor contrato de su vida y hasta 2010 se mantuvo a tope, como uno de los mejores brazos del beisbol. Faltaba muy poco para que completara su caso para el Salón de la Fama. Estaba a punto de redondear 2.000 innings y 2.000 ponches cuando, con apenas 31 años de edad, el cuerpo le falló.
Santana se desgarró la cápsula anterior del hombro izquierdo a finales de aquel torneo. Los rivales le bateaban para .240 de average. Tenía 2.98 de efectividad después de 29 aperturas. Pero perdió todo 2011. Sin que nadie lo esperara, había comenzado el principio del fin.
Su apodo “El Gocho” apela a su origen andino. Así llaman en Venezuela a los nativos de la cordillera. Su gentilicio regional también es reconocido por la tozudez, el empeño para llevar adelante una decisión. Tampoco en eso decepcionó.
Regresó en 2012 y, aun en contra de los peores vaticinios, tiró el encuentro inaugural de los Mets. Durante dos meses protagonizó una historia feliz, que coronó con el duelo sin hits ni carreras que bordó el 1° de junio ante los Cardenales de San Luis. Ese día puso su promedio de carreras limpias en 2.38 y redujo a .200 el average de bateo de sus contrincantes. Sí, estaba de vuelta.
Aquella noche también fue su canto del cisne. Por única vez en su carrera hizo 132 picheos en un mismo cotejo. El manager Terry Collins quería llevárselo, sabía que el exceso de esfuerzo podía dañarle nuevamente el hombro. Pero nadie había completado un no-no en la franquicia. ¿Cómo mandarlo a las duchas en tales circunstancias?
Collins anunció que le daría descanso adicional después de la hazaña. Era demasiado tarde. Fue como si el daño ya estuviera hecho. En sus siguientes 10 compromisos apenas recorrería 49 entradas. Le hicieron 45 rayitas, todas merecidas. Puso 8.27 de efectividad en ese trecho.
El 17 de agosto de 2012 terminó el más fulgurante recorrido que un lanzador venezolano había realizado en las Mayores. Tras recibir castigo de los Nacionales de Washington, fue diagnosticado con un nuevo desgarre de la cápsula. La campaña volvía a terminar antes de tiempo, y también terminaba su carrera.
Santana luchó. Después de rehabilitarse durante todo 2013, firmó con los Orioles de Baltimore y en 2014 se preparó durante varias semanas en el Spring Training extendido, pensando en volver a dar el salto. Finalmente, cuando hacía su última salida, antes de ser llamado de regreso a la MLB, se desgarró el tendón de Aquiles. Cuánta desgracia. Tuvo que volver al quirófano.
En 2015 trató otra vez, ahora con los Azulejos de Toronto, pero una infección en un pie volvió a descarrilarle. No llegó a pitchear en las Menores de los canadienses. Su última incursión había ocurrido en enero, con el uniforme del Magallanes, en su natal Venezuela. Deseoso de demostrar que estaba saludable, subió al morrito en una jornada lluviosa. Y cuando el aguacero demoró las acciones, insistió en regresar a la loma después de la larga pausa y volvió a resentirse.
Aquella accidentada salida en Valencia resultó su definitivo adiós. No lo aceptó hasta tres años después. El 4 de agosto de 2018, en el Target Field de Minnesota, aceptó su retiro ante una multitud que llenaba las tribunas y le aplaudía con fervor.
Esa tarde de verano completó un camino tan improbable como brillante. El muchacho que llegó a las Mayores antes de tiempo, hace exactamente dos décadas; el talentoso zurdo que alcanzó a ser el serpentinero número uno del beisbol, el decidido cordillerano que hizo historia sobre el morrito, terminaba su viaje, al ingresar al Salón de la Fama de los Mellizos.
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Publicado en el sitio oficial en español de la MLB, LasMayores.com, el viernes 3 de marzo de 2020. Aquí el original.