El Emergente
Por Ignacio Serrano
No hay mejor manager para el beisbol venezolano que Oswaldo Guillén.
No importa si se trata de los Tiburones o de cualquier otro equipo. Guillén es el piloto con más importante trayectoria en la historia de nuestra pelota, ganador de la Serie Mundial y dueño de un récord positivo en casi una década de servicio en las Grandes Ligas.
Es una hoja de servicios inobjetable.
Resulta difícil discrepar con la reciente contratación de La Guaira, que acaba de asegurar al ex piloto de los Medias Blancas, dándole las riendas para la temporada 2016-2017.
Guillén estará al frente de los escualos. Era el orden natural de las cosas, dada su relación con La Guerrilla.
Pero queda un aspecto a considerar, a partir de esta contratación. El convenio del antiguo campocorto es por un año. Es imposible predecir su futuro. Quizás en 2017 tenga alguna oferta para dirigir en las mayores. Es posible que surja un proyecto que le impida seguir en la LVBP.
Esto está directamente relacionado con el estatus de Guillén. Es tan atractivo, porque precisamente es un legítimo bigleaguer y en cualquier momento pudiera regresar a la MLB. Por eso, él sólo le garantiza una temporada a los salados.
Esa es una diferencia importante con Buddy Bailey, el estadounidense que acaba de ser destituido del mando, para dar paso al campeón mundial de 2005.
Bailey está casado con la pelota venezolana y no es probable que sea nombrado timonel de la gran carpa, motivo que podría impedirle regresar. Es un manager para el largo plazo, un técnico para diseñar un proyecto, como hicieron los Tigres y como parecían haber hecho los Tiburones.
El norteamericano no lo hizo mal. Es verdad, no ganó el campeonato. Eso es un fracaso, en sus propios términos. Pero le dio personalidad a los escualos, metió dos veces en playoffs a la divisa y forjó en la cueva su carácter, nacido en la disciplina y el respeto por el uniforme.
Bailey es un manager chapado a la antigua. Dámaso Blanco puede contar anécdotas más ásperas de Regino Otero, el cubano que le dio cuatro coronas a los Leones y tres más a los Industriales.
Los modos de Bailey son polémicos hoy, porque los peloteros ganan más dinero y han conseguido un estatus exagerado, que en ocasiones desequilibra el necesario estado de las cosas.
Pero no le dieron de baja porque Alex Cabrera declarara en contra de sus modales, se supone. Sale porque algo más atractivo se presentó.
¿Cómo dejar pasar la oportunidad de tener a Guillén en la cueva?, preguntan los salados. Y es verdad. No hay un nombre más lustroso, un manager más atrayente en la pelota venezolana.
Bailey, sin embargo, era la cabeza de un proceso. No es un piloto para un campeonato, es alguien para diseñar un proyecto de largo plazo. Ciertamente no es la garantía de un cetro. En dos justas no lo consiguió esta vez. Pero sí es alguien alrededor de quien construir un edificio que dure varios años, como pasó en Aragua y como asomaba en La Guaira. He allí su valor único para un circuito como la LVBP.
Esto no es poca cosa. Con más de un manager por año en lo que va de siglo, antes de Bailey, la escuadra buscó en él esa estabilidad y ese proyecto de largo plazo que pusiera fin a la mala racha de tres décadas. El cambio se notó en el terreno y en la cueva, de acuerdo con periodistas, aficionados y el propio puente de mando litoralense.
¿Se equivocó la directiva salada? No necesariamente. Si hay alguien capaz de acaudillar un dugout y preparar el terreno de la primera celebración en 30 años, ése es Guillén.Si cortan la sequía en enero próximo, todo habrá valido la pena. El tiempo dirá el resto. Sabremos entonces, sólo entonces, si el manager más ganador en el último medio siglo de la LVBP fue injustamente despedido dos veces, primero por los Tigres y ahora por los Tiburones, o no.
Versión ampliada de la columna publicada en El Nacional, el viernes 12 de febrero de 2016.