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¿Quién merece ser el Manager del Año?

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El Emergente
Por Ignacio Serrano

No hay premio más subjetivo en el beisbol que el otorgado al Manager del Año.

Buddy Bailey es el mejor ejemplo de esa subjetividad. Ganó seis coronas con los Tigres y se metió en 8 finales de 10 posibles, una cosecha que no ha sido igualada por piloto alguno en la LVBP.

Es difícil hallar a un analista que no considere a Bailey como el mejor estratega de las últimas décadas en Venezuela, una lista que se nutre con leyendas como Oswaldo Virgil y Felipe Alou. No muchos aficionados disentirán de ello.

No es un manejador de grupos. Hay peloteros que le respetan y jugadores que le guardan encono. Pero se las ha arreglado para sacar lo mejor de sus dirigidos, le odien o le quieran, y en el juego táctico es un implacable jugador de ajedrez.

¿Cuántas distinciones como Manager del Año acumula este laureado timonel? La fantástica suma de… una.

Siempre hay un técnico insurgente, que se lleva los votos gracias a la sorpresa que causa. O un dirigente cuyo elenco no es favorito, pero domina. Lo usual en los votantes no es premiar el éxito per sé, sino la subjetividad nacida del hacer mucho con poco.

Las estadísticas respaldan al posible Jugador Más Valioso y al Pitcher del Año. Al mejor novato no se le evalúa por cómo maneja la presión, sino por sus estadísticas. El piloto premiado, sin embargo, casi nunca es el que suma más victorias.

Esa es la duda casi cartesiana que nos embarga cada enero, cuando debemos llenar la planilla de Numeritos Gerencia Deportiva con los Grandes de la Temporada.

Hay que premiar el éxito. Hay que premiar la estrategia. Hay que premiar la capacidad para inspirar y sacar lo mejor de cada quien. Pocas veces el paquete lo incluye todo.

Bailey parecía enrumbado a ganar su segundo Manager del Año, al acercarnos a diciembre. La Guaira cabalgaba, él movía las piezas con la maestría habitual y el plan que propuso en marzo se cumplía como mecanismo de relojería.

Luego, el torneo tuvo sus giros. Mientras los Tiburones resbalaban, afectados por lesiones, Magallanes mantenía e incluso mejoraba el paso. No hubo timonel más consistente que Carlos García, contando las dos mitades y la tabla acumulada. Y lo hizo con menos grandeligas que de costumbre.

El Almirante es un dirigente conservador, que gusta del toque y aplica viejos axiomas a rajatabla; por eso tantos relevistas, dependiendo del bateador rival. No sorprende, pero gana. Eso importa más.

Al final, votamos por un tercero. Henry Blanco ganó menos juegos que aquellos dos, aunque la segunda mitad de los Bravos resultó excepcional. Sin embargo, llegamos a una decisión después de constatar dos aspectos del antiguo receptor que nos entusiasman.

Blanco motiva, cambia actitudes. Convirtió en figuras a peloteros sin experiencia. El drástico repunte de Margarita tuvo mucho que ver con su llegada y con asumir la idea de que nada es imposible, si se lucha con fe.

A eso añadió un milimétrico manejo del pitcheo y unos modos tácticos que se nutren del nuevo análisis. Le gusta rebuscar entre los reportes y las estadísticas, probar ideas nuevas, como aquella de usar a Eliézer Alfonzo como segundo bate.

Es muy posible que estemos ante el próximo estratega venezolano en las Grandes Ligas. Ya inició el camino en esa ruta, y merece adornarlo con el premio al Manager del Año.

Publicado en El Nacional, el domingo 10 de enero de 2015.

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