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A la inmortalidad, vía Taiwán

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El Emergente
Por Ignacio Serrano

Hubo un momento en que Melvin Mora dejó de valer mayor cosa en el beisbol organizado.

Sí, ese mismo pelotero que al poco tiempo brillaba como utility de los Mets y que finalmente se abrió paso como titular de los Orioles, primero como shortstop y después como antesalista, fue desechado por los Astros, como agente libre de seis años, en 1997.

Nunca fue un prospecto, tras ser reclutado por el legendario Andrés Reiner. Como Magglio Ordóñez, por aquellos mismos años, y más adelante Luis Valbuena o José Altuve, se benefició de la existencia de las academias de MLB en Venezuela, para conseguir el chance.

Disputó 185 juegos en triple A, antes de que Houston se diera por vencido. Defendía mayormente el outfield, aunque ya se había mostrado en segunda, tercera y el short; incluso lanzó un encuentro, en 1993.

¿Cuál era el problema de Mora? Posiblemente que maduró tarde. En sus seis torneos con los texanos sólo bateó sobre .300 una vez, nunca llegó a .360 de OBP ni tocó los .400 de slugging.


Discreto con el madero y sin posición definida. Con algo de velocidad, pero errático al robar.

Un caso perfecto para el laboratorio de la LVBP.

Cuando Mora realizó su Hégira personal, su huída al Lejano Oriente, era un ligamenorista aparentemente sin futuro, ya curtido, sin embargo, en los combates de la pelota venezolana.

El yaracuyano formaba parte de la pequeña y brillante dinastía del Magallanes en los años 90. Aquí sí bateaba. Era capaz de ejecutar un squeeze play a la perfección y de lanzarse de cabeza en el center, para decapitar posibles imparables. Una noche, sorprendió con un pívot en segunda base que tuvo eco durante días, en los análisis de Carlitos Feo y John Carrillo. Sólo necesitaba otro chance.

Esa oportunidad se la dieron los Mets, gracias al también magallanero Gregorio Machado. Luego de conseguir el contrato en Taiwán, fue repatriado por los neoyorquinos en 1998 y meses después, ya en 1999, era grandeliga.

Lo demás es historia: al cruzar los 28 años de edad, Mora se hizo imprescindible. Pasó a los Orioles, se convirtió en uno de los mejores antesalistas de la Liga Americana y fue exaltado, esta semana, al Salón de la Fama de los oropéndolas.

El nativo de Agua Negra fue un pelotero único. Capaz de hacer muchas cosas bien. Bromista empedernido. Insomne padre de quintillizos. Bate de Plata, un lustro después de su exilio taiwanés.

Mora es, sobre todo, un ejemplo de todo lo que se puede lograr con determinación y esfuerzo. Enhorabuena.

Publicado en El Nacional, el martes 21 de abril de 2015.

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