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Del desplante de Bautista al derechazo de Odor

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El Emergente
Ignacio Serrano

Estuvo mal José Bautista, diga lo que diga. No puedes soltar el bate con épica soberbia, con aquel rostro autosuficiente, en octubre, durante la Serie Divisional entre los Azulejos y los Rangers, y esperar que nadie te guarde rencor ni lo considere una descomunal falta de respeto, que lo fue.

Estuvo mal Matt Bush si, como todo sugiere, golpeó a propósito al dominicano el domingo, vengando aquella afrenta de 2015 con un rectazo a las costillas.

Estuvo mal el manager de Texas, Jeff Bannister, si esperó al final de la serie particular para ordenar la retaliación, cuando ya era casi imposible una respuesta de Toronto, o si, en caso de no ordenarla, no fue lo suficientemente claro para evitar que lo del domingo sucediera.

Estuvo mal su colega John Gibbons, que se quejó amargamente del polvero en el ojo de los rivales, sin prestar atención a las vigas en los suyos propios y en los de sus dirigidos.

Estuvo mal el público en Arlington, que aplaudió a Bush al salir expulsado hace dos días, como si se tratara de un héroe que había conseguido un ponche crucial.

Estuvo mal el público canadiense, que hace siete meses reaccionó con bajeza a lo que ocurría en el campo, arrojando objetos al terreno y exacerbando los ánimos.

Estuvo mal Bautista, de nuevo, cuando no buscó a Bush para reclamarle, y en cambio salió a buscar desquite con el camarero Rougned Odor, deslizándose ilegalmente.

Estuvo mal Odor, al ir de la entendible molestia y el empujón, al injustificable recto de derecha en la quijada del quisqueyano.

Estuvo mal Kevin Pillar, que salió desaforado de la cueva, revolcándose entre peloteros que le contenían, tratando de llegar al intermedista, para golpearle.

Estuvieron mal Josh Donaldson, Marcus Stroman, Gibbons y todos los que siguieron echándole gasolina al fuego después del duelo, como si de señoritas mancilladas se tratara.

Estuvo mal Bautista, nuevamente, al admitir que fue a buscar a Odor ex profeso, y agregar con frustración machista que, si bien éste le dio un puñetazo noble, hacía falta “alguien más grande” para hacerle caer, como si él fuera una especie de Goliat y no ese tipo normal que es, con 1,83 metros de estatura, golpeado delante de todos no por José Altuve, sino por otro tipo normal, de 1,80 metros.

El deporte pierde con episodios así. Por muy divertido que resultara para algunos la actitud de Bautista, en octubre, o el jab a la mandíbula de su adversario, hoy, la imagen de las Grandes Ligas, de los Azulejos y de los Rangers, de los peloteros y sus managers se deshilacha con esto.

Los códigos no escritos, y la cada día más generalizada manía de celebrar ponches o tablazos con gestos de humillación, son causantes de esta situación absurda, en la que los deportistas pueden sufrir lesiones de importancia, mientras los niños modelan una conducta de violencia.

Acaso puedan salvarse los pocos que trataron de contener la riña y jurar que no había un elefante rosa en la sala.

Así como hoy se penalizan los bloqueos en el home y arrollar al fildeador en segunda base, habrá que endurecer las sanciones a quienes repartan puñetazos o bolazos intencionales. Y empezar a castigar también a quienes suelten el bate con soberbia o gesticulen humillantemente con un ponche. Cuanto antes pase eso, mejor.

Publicado en El Nacional, el martes 17 de mayo de 2016.

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