El Emergente
Por Ignacio Serrano
Es la primera vez desde 1994 que Rafael Betancourt llega a esta época del año sin un desafío en los diamantes. No se ha retirado. Al menos, no oficialmente. Pero no tiene contrato y al parecer tampoco tiene el deseo de ganarse un puesto desde abajo, desde las ligas menores.
Es lo que ha trascendido hasta ahora sobre este sucrense que el 29 de abril festejará su cuadragésimo primer cumpleaños.
Es el único lanzador cuarentón que ha tenido la expedición de Venezuela en las Grandes Ligas. Ni el Patón Carrasquel ni Wilson Álvarez, Freddy García o Luis Leal pudieron subir a un montículo en las mayores después de tener cuatro décadas de nacido.
¿Es el fin de su carrera? Quizás. Todo tiene un final en esta vida, y así como aquellos cuatro dijeron adiós —García ya avisó que se va—, así dirán adiós Félix Hernández, Francisco Rodríguez o Betancourt.
El derecho de Cumaná no merece salir de la escena con tanta discreción. Sea ahora o después de esta temporada, ha hecho méritos para ser aplaudido por los aficionados, aunque la discreción le haya acompañado desde sus primeros pasos.
Ser relevista ayudó a moderar su perfil. Trabajar mayormente como setup le mantuvo en una segunda fila no acorde con su rendimiento. Porque la hoja de servicios de Betancourt es buena, muy buena, a pesar de que sólo salvó 30 juegos en una oportunidad, en 2012, su único torneo completo como cerrador.
Empezó tarde a lanzar. Cuando asistió al Spring Training extendido de los Medias Rojas, en 1994, lo suyo era coger roletazos y soñar con ser como Omar Vizquel. Ya para 1997, Boston había renunciado al campocorto que firmó tiempo antes. Pero no a su brazo.
Hizo su primer pitcheo con 22 años de nacido. Aprendió a lanzar bajito y rápidamente mostró las notables habilidades que le permitirían llegar hasta acá: ponchó a 52 rivales en 32 innings y un tercio esa vez. Apenas dio 2 bases por bolas. Sólo le dieron 2 jonrones en 27 partidos.
Ese prodigio de control, capacidad para mantener la pelota en el parque y salir de los oponentes por la vía del KO, le dieron un lugar en las mayores en 2003, cuando ya tenía 28 años de edad. Si los patirrojos hubieran sabido esto, nunca hubieran apostado por él como shortstop y su currículo hoy tendría unos cinco torneos más.
Es uno de apenas dos monticulistas criollos con más de 600 episodios y 2,1 o menos boletos concedidos. Tiene el octavo mejor promedio de cuadrangulares recibidos entre sus compatriotas.
Ningún otro serpentinero del patio que sume esa cantidad de entradas iguala los 4,4 abanicados por cada transferencia que repartió hasta ahora.
Su manejo de las esquinas se convirtió en proverbial. Un ejemplo lo demuestra con asombro: sólo golpeó a uno de los 2.787 bateadores a los que enfrentó entre 2003 y 2015. Uno. Y lo hizo en su primera temporada en la gran carpa, un 3 de agosto. Después de eso, sumó 677 innings y dos tercios sin volver a dar un bolazo.
Fue una lástima que llegara tarde, por haber firmado como paracorto, y que la cirugía Tommy John en 2013 cortara su mejor momento, cuando brillaba como cerrador. Pero que no se vaya sin aplausos, cuando finalmente se vaya, este verdadero artista del morrito.
Publicado en El Nacional, el jueves 25 de febrero de 2016.