El Emergente
Por Ignacio Serrano
La negociación que sostienen los Reales y los representantes de Salvador Pérez tiene que ser muy compleja.
Por un lado, el equipo tiene un contrato firmado que abarca esta temporada y le da el derecho de ejercer tres opciones relativamente baratas hasta 2019.
Kansas City apostó al carabobeño en su año de novato. Con sólo un puñado de encuentros en las Grandes Ligas y sin el estatus de súper prospecto, tenía sus riesgos ofrecerle 7 millones de dólares por las cinco campañas que vendrían a partir de 2012.
No olvidemos el caso de José Tábata. Firmó un pacto similar con los Piratas y no pudo responder con buenas estadísticas. Pittsburgh perdió aquella apuesta.
Pérez ha ido a los últimos tres juegos de estrellas. De hecho, encabezó la votación en 2015. Tiene tres guantes de oro. Fue el Jugador Más Valioso de la última Serie Mundial. Es el líder en el dugout. Es un defensor notable en una posición clave.
Ese pelotero va a recibir un salario de 2 millones de dólares este año. Es mucho menos que la mayoría de sus compañeros.
He aquí el contraste: el jardinero izquierdo Alex Gordon acaba de firmar por cuatro zafras y 72 millones de dólares; el designado Kendrys Morales recibirá 17 millones por las próximas dos justas; el inicialista Eric Hosmer está por terminar su convenio de dos torneos y 13,9 millones; Omar Infante está en el tercer campeonato de un acuerdo por cuatro, que le dará 30,25 millones.
Puede discutirse el valor y aporte de cada uno de esos jugadores. Pero algo parece claro hoy por hoy: quizás sean iguales, pero ninguno es más importante que Pérez.
¿Y por qué puede ser tan complejo para los monarcas subirle el sueldo al venezolano? Básicamente, porque nadie da nada por nada. La gerencia de los Reales tiene que rendir cuenta a los accionistas. Premiar el esfuerzo y trayectoria del receptor es justo, pero también reconocer que en su momento la divisa hizo una inversión que, recordemos el caso Tábata, ha podido terminar mal.
Así que en Kansas City seguramente están pidiendo algo a cambio: más salario ahora y quizás en las tres opciones que comienzan en 2017, siempre y cuando el toletero derecho le asegure algunas temporadas más al club, a partir de 2020. Y que esa extensión no sea al precio del mercado actual, sino que venga con algún tipo de descuento. Dando y dando.
En medio de este panorama surge otro elemento crucial: la durabilidad del careta.
Pérez ha demostrado ser resistente. Un guerrero. En los años recientes ha impuesto récord de juegos e innings disputados por un catcher, contando playoffs y la gira de la MLB a Japón. Eso es bueno.
Lo que quizás no sea bueno es el exceso de uso y sus eventuales consecuencias. El manager Ned Yost le puso a jugar en 150 juegos hace dos torneos y en 142 más en 2015, sin contar postemporadas.
Hay una razón por la que los mascotas usualmente juegan entre 125 y 140 choques por justa: son humanos. Las rodillas sufren, los ligamentos se desgastan, la espalda se resiente.
Pérez, como todos en su posición, corre el riesgo de durar menos tiempo en la posición. Así le pasó a Johnny Bencho, así sucede ahora con Joe Mauer. Tiene 25 años de edad. ¿Cómo se sentirá cuando ronde los 30?
Todo eso está en discusión en este complejo proceso entre el equipo y el jugador. Veremos cómo termina.
Publicado en El Nacional, el jueves 11 de febrero de 2016.