El Emergente
Por Ignacio Serrano
¡Qué carrera tan especial, la de este venezolano! Su mejor momento en el beisbol es una hazaña frustrada, y los aficionados usualmente no le recordarán en primera instancia cuando sea mencionado sólo por su apellido, porque evocarán, más bien, grandes batazos y épicos momentos en el Universitario y las Grandes Ligas.
Aun así, qué carrera memorable.
La huella de Armando Galarraga quedará imborrable en la historia del beisbol venezolano.
Ayer confirmó lacónicamente que no lanzará más. Se retira. Todavía es joven. En enero cumplirá 34 años de edad. Pero tiene una familia, hijos y proyectos que perdurarán más allá de los diamantes. Hace más de un año que lo comentaba, desde que se planteó la disyuntiva de probar suerte en circuitos internacionales.
No fue uno de los mejores pitchers de su generación. Pertenece a la época de Félix Hernández, Aníbal Sánchez, Carlos Zambrano y Francisco Rodríguez, serpentineros que rondan los 34 que pronto celebrará.
Tuvo, sí, una sólida campaña en su estreno, allá por 2008, cuando todo le sonreía.
Aquella justa fue notable. Fue subido temprano, apareció en 30 juegos y ganó 13. Se adueñó de un lugar en la rotación de los Tigres de Detroit. Dejó atrás la cirugía que cortó su vuelo en la organización de los Rangers de Texas, donde consiguió su bautizo de fuego, en 2007
Fue su mejor torneo. Regó sueños entre la fanaticada de Venezuela y en la Ciudad del Motor. Hijo de educadores, destilaba esa formación en valores que aprendió de sus padres. Qué curioso que sin replicar su mejor cosecha, terminara inscribiendo su nombre en los libros de historia de nuestro deporte. Y con letras doradas, precisamente por esos valores.
No sólo fue el Casi Perfecto de 2010. Ya eso es una gesta peculiar, una rareza sin par en la gran carpa. Pero hizo más.
En estos tiempos de cambios progresivos en la MLB, no debería extrañarnos que algún día se borre para siempre el error del umpire James Joyce y se incluya al sucrense, como merece, en la lista de monticulistas que han retirado a los 27 a los que se han enfrentado, como en su momento Harvey Haddix fue borrado por no cumplir realmente con los extremos de la perfección.
Quizás cuando el beisbol esté acostumbrado a enmendar la plana a los árbitros se atreverá a enmendársela a la historia, poniendo a Galarraga junto a Félix Hernández, Sandy Koufax y esos otros pocos que han lanzado un juego completo sin permitir que alguien les llegue a primera base.
El verdadero legado del cumanés está en todo lo que sucedió después. Eso que llevó a los medios estadounidenses a convertirle en una historia refrescante y ejemplar. Su estoica reacción. Su aceptación de lo dictaminado por el juez, a pesar del grosor de la injusticia. El modo como recibió a Joyce en el camerino. El insólito encuentro que planeó el manager Jim Leyland, enviándole al día siguiente al home con la tarjeta del lineup.
Un Perfecto Caballero del Deporte, tituló un medio. Perfecta Deportividad, tituló otro.
El flamante automóvil último modelo y las regalías del libro que entre ambos protagonistas escribieron fueron lo de menos. La huella y ejemplo de Galarraga en el deporte fue aquella deportividad, aquella caballerosidad y aquel saber perdonar.
Eso le dará un feliz lugar entre las leyendas de nuestra pelota. Para siempre.
Publicado en El Nacional, el martes 8 de diciembre de 2015.