El Emergente
Por Ignacio Serrano
Nunca fue más aplaudido Oswaldo Guillén y quizás nunca volverá a ser tan popular como hace exactamente 10 años.
Hoy, cuando los Reales y los Mets estiran los músculos para iniciar otra Serie Mundial, el venezolano despertaba, pero en 2005, después de una larga, y felicísima noche en Houston, donde se convirtió en el primer y todavía único manager latinoamericano en ganar el clásico de otoño.
La fiesta duró un par de horas en el Minute Maid Park. Comenzó en el centro del diamante y en la cueva, donde Guillén abrazó a sus hijos y a sus coaches; siguió en el clubhouse, donde abundó el champán; continuó de nuevo en el campo, junto a las esposas y parejas, y no se detuvo por varios días más.
Era patente un feliz agotamiento en los rostros de todos. De ese momento son las fotografías de las familias Guillén y Williams, con el trofeo de las 30 banderas, que este diario publicó después.
Nunca fue más unida la yunta piloto-gerente que en ese momento. Un siglo de espera había terminado para Chicago, donde dos equipos históricos languidecían sin títulos ni celebraciones.
Era perfecto para nosotros. Freddy García había tirado un juegazo y se alzó como el pitcher ganador de la noche. Era el primer venezolano con un lauro en el encuentro decisivo de una Serie Mundial. En Caracas, esperaban por nuestra nota y, pese a la hora, dieron plazo para que entraran las declaraciones. Nunca, como entonces, respiramos éter al mismo tiempo de escribir una crónica.
Toda Venezuela se hizo Medias Blancas. Guillén adornada portadas con cada frase que decía. Abrió noticieros por gritar “Viva Chávez” y encabezó periódicos cuando de inmediato sostuvo que el presidente haría bien si empezaba a gobernar para todos, no sólo para sus simpatizantes, porque de lo contrario, terminaríamos mal.
Nunca estuvo más alto en la ola de la opinión pública, el ex torpedero. Fue uno de los más brillantes defensores de la posición favorita en el país. Fue campeón con la Guerrilla de La Guaira. Jugó durante tres lustros en las mayores. Fue coach de los Marlins que ganaron en 2003. Pero nada igualaba aquello.
Todavía resuena esa canción de la banda Journey, que invita a no dejar de soñar. Ese Don’t stop believin’ sonó durante el duelo, durante la fiesta, durante el regreso a casa y durante la lluvia de papelillos.
Qué helado Chicago, en esos días. Y sin embargo, qué cálido. Alguien puso una gorra de los Medias Blancas en los leones de la entrada del Instituto de Arte y también en la cabeza de la enorme escultura de Picasso. Carteles saludaban la victoria en cada vitrina o aparador. Los periódicos publicaban ediciones especiales.
No habían transcurrido 24 horas del festín y ya estaba a la venta la camiseta oficial del título mundial, la edición especial de Sports Illustrated y los vasitos tequileros conmemorativos.
Nunca fue tan popular, Guillén. Con el tiempo, se quebraría la relación con Ken Williams, que todavía no paga su cuota de responsabilidad por los siguientes años de sequía. El tiempo pasó. Ya el mirandino no está.
Igual sucederá con el manager que resulte campeón en este nuevo lance. Ya lo dijo el venezolano al firmar con Chicago, en 2004: “Lo único seguro con los managers es que algún día los despiden”.
Unos pocos, sin embargo, tienen la fortuna de celebrar.
Publicado en El Nacional, el martes 27 de octubre de 2015.